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Honduras

Los migrantes olvidados del Corredor Seco de Honduras

Las comunidades al sur de Honduras que habitan en la franja del Corredor Seco se dedican mayormente al trabajo en las industrias del «Club de Coyolito»: camaroneras, azucareras y meloneras. Estas empresas, que además de ser la única fuente de empleo, enfrentan denuncias por violar derechos humanos y laborales de sus trabajadores, podrían ser las responsables de la agudización de los problemas medioambientales que sufre este territorio abandonado por el Estado. Todos estos factores impulsan la huida de los migrantes.

Adriana Telles y Manuel Lagos viven juntos desde hace 36 años. Ella es de Monjarás, una aldea dentro del municipio de Marcovia, y él es del municipio de Cedeño en Choluteca. Han vivido toda su vida en el llamado Corredor Seco, sur de Honduras, y con los años han visto cómo el mar va comiéndose las comunidades; en Cedeño, la erosión costera se ha convertido en un problema grave para los pobladores.

La recolección de curiles, la pesca y la venta de comida en la playa El Edén en el Pacífico han sido los trabajos que les han permitido sobrevivir todo este tiempo, pero Manuel dejó el oficio de la pesca hace seis años cuando la policía nicaragüense, por conflictos territoriales, le quitó todas sus herramientas de trabajo, incluso su lancha. 

La migración es la segunda opción para sobrevivir. Manuel y Adriana tuvieron tres hijos: Marvin Manuel, José Luis y Walter. Todos intentaron irse del país. Uno incluso lo logró y pasó la frontera de México-Estados Unidos: Marvin Manuel, quien hace cuatro años fue deportado. Antes de migrar, Marvin era pescador —de los mejores según cuentan en su comunidad—, pero para lograr la subsistencia también trabajaba «en lo que saliera»: pintura, construcción o soldadura. No era suficiente.